La pandemia y el miedo
Llegué al límite del miedo: el miedo a perder a alguien que amo, que es parte intrínseca de mi vida, el miedo al abandono, a la soledad, al vacío. En un segundo, estábamos en las manos del destino, de la corriente de la vida, que como un río revuelto en el que si caes en sus aguas, mejor dejarse llevar que resistirse. Pero yo me resistía, me resistía, me resistía. Me aferraba, me aferraba, me aferraba y sufría. El miedo a que, además, en ese efecto dominó que causa la pandemia, hubiéramos contagiado a otras personas, amigos, familiares. La culpa, una inmensa culpa. El miedo a la propia enfermedad, tan imprevisible que a veces pareciera que tiene conciencia y voluntad sobre lo que hace. He sabido de tantas personas que la enfermedad ha pasado por sus vidas como una lección, una terrorífica lección de vida.
Hubo un momento en que el miedo era tan hondo que supongo que ya mi cuerpo no aguantó tanta resistencia y nítidamente supe que debía soltar, que debía dejarlo todo en manos del destino, del Karma y de la vida. De un golpe caí en la cuenta que hay cosas que no podemos controlar, mucho menos, la vida de las personas a quien más amamos. Ellas no pueden escapar a su destino de vida, aunque las cuidemos y les entreguemos todo el amor. El amor, a veces, no basta. Pensamos que nuestro amor salva de cualquier tragedia a nuestros seres queridos. A veces nuestro amor no los salva. Es devastador pero, a la vez, es una forma de encontrarse con la paz. No hay nada que hacer, ningún lugar a donde ir. Solo esperar, acompañar y seguir amando. En el más profundo dolor, seguir amando.
Finalmente el desenlace fue el mejor de todos los posibles y la vida ha vuelto, poco a poco, a llevarnos al camino que nos obligó a abandonar. Aunque una marca indeleble, una enseñanza profunda y un infinito agradecimiento formarán parte del acompañamiento en el camino a partir de ahora.
Laura de la Uz
Fotografía: ©Héctor Garrido (@hectorgarridophoto)
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