El privilegio de hacer teatro

El día que me propusieron escribir para este espacio [Revista de Casa de las Américas], me encontraba ensayando Laura frente a Laura, un espectáculo nacido del vacío y el confinamiento. Llevaba cuatro años sin trabajar en el teatro y desde hacía algún tiempo el desasosiego y la ansiedad por crear en ese ámbito hacían infeliz una parte de mi vida. No aparecía inspiración sobre alguna historia, no encontraba ningún texto que hablara por mí, que contara de mis conflictos y contradicciones. Me llegaban trabajos para el cine y en alguna plataforma, que me entretenían de esa ansiedad que convivía conmigo, a veces más bulliciosa, a veces callada, pero hasta ahí… el teatro dormía dentro de mí.

Siempre he sido una persona un poco insegura de mis capacidades. A veces me paraliza el sentirme vulnerable frente a los demás. Supongo que es algo que tenemos en común los actores y, aun así, actuamos. Siempre me prejuicio negativamente sobre lo que escribo -ahora mismo dudo de todo lo que estoy escribiendo- y también cuando dirijo. La verdad es nunca me he visto mucho como directora. He escrito pequeños esbozos de monólogos que nadie ha leído, apenas algunas de mis personas más cercanas.  

Pero de lo que siempre he estado segura, es de querer hacer teatro durante toda mi vida. ¡Es el lugar donde puedo crear incansablemente, experimentar, probar, tomar riesgos, jugar! ¿Qué mejor oficina que un salón de ensayo en el que te puedes expresar libremente cada día de tu vida? ¿Qué mejor trabajo que el de jugar y crear y expresar acerca de lo que nos mueve, nos preocupa, nos duele?


Tuve la fortuna de participar en la fundación de una compañía que es hoy, dos décadas después, uno de los referentes más importantes del teatro cubano actual. Teatro de la Luna se fundó bajo la dirección de Raúl Martín, un 16 de julio de 1997 en La Habana, con la puesta en escena de la obra La boda, de Virgilio Piñera. Yo interpretaba el personaje Flora. Esa noche, en la pequeña sala del Teatro Nacional de Guiñol, de La Habana, subía a escena y saboreaba la sensación magnífica de sentirme parte de un sueño, de un proyecto, de un nacimiento. Me sentí privilegiada de formar parte de aquel suceso teatral cubano que marcaría el comienzo de una de las más importantes compañías teatrales de la Isla. Hoy es una de las cosas de las que me siento más orgullosa de haber formado parte. Con ese hito comenzó mi carrera sobre los escenarios, hasta hace solo unos meses, cuando el planeta se detuvo y para contener el aliento ante un mal, frente al que nadie quedó completamente a salvo.

Y justo ahí nació “Laura frente a Laura”. Raúl Martín y yo creamos este unipersonal partiendo del hastío y de la necesidad de crear y trabajar juntos otra vez después de tanto tiempo sin colaborar. En tiempos de pandemia, qué mejor aliciente que trabajar en lo que te gusta con alguien a quien quieres y con quien en el trabajo te une un conocimiento profundo de lo que somos cada uno y cómo funcionamos. Por otro lado, buscaba respuestas a todo lo que nos estaba sucediendo, respuestas al miedo que sentía de perder a alguien cercano. Me despertaba de madrugada atrapada por la angustia, miraba a mi marido que dormía y pedía, pedía por su vida y su salud, de él, de mi padre, de mi hija, de mi familia y mis amigos. Necesitaba entender qué estaba sucediendo en el mundo, ¿por qué la humanidad debía pasar por esto? ¿Por qué nosotros ahora? Y fue bajo esa necesidad que el confinamiento me devolvió a las estrellas y al firmamento que siempre han provocado en mi un deseo enorme de conocimiento, de desvelar sus misterios y su belleza. El firmamento me llevó a Italo Calvino, a través de Héctor, mi compañero, que observa siempre desde algún rincón de la casa mi desespero por entender, por crear y mi angustia, a veces desatada….siempre encuentro su mano como ancla, siempre con una propuesta, una provocación para desafiar mi inspiración, pero sobre todo, para mi alma…Italo me llevó hacia mi. Y, entonces, apareció mi voz. Una voz más crítica conmigo misma y con mi entorno de trabajo. Esos meses de encierro me llevaron a cuestionarme todo. Había perdido a mi madre hacía tan sólo seis meses, mi hija pronto marcharía de la casa a estudiar a otra geografía, yo cumplía mis cincuenta años. Todo a la vez.

Una noche le confesé a Héctor mi deseo, más bien, mi decisión: “Voy a dejar de actuar. No quiero volver  actuar. Es una profesión a la que ya no le aporto nada, ni ella a mi. Porqué debería pasarme la vida haciendo una misma cosa, cuando hay tanto por descubrir?” A los pocos días, bajo la presión de Héctor y su voz que me decía una y otra vez: Escribe, escribe, escribe… escribí una carta a mí misma, una carta de Laura persona a Laura actriz… una carta que dejaba al descubierto las insatisfacciones de Laura, la actriz, con una profesión en la que sólo veía desmotivaciones y frivolidades, que nada tienen que ver con actuar.  Y a partir de ahí comencé a trabajar, junto a Raúl Martín con el texto y con muchas improvisaciones, desde donde nacía la necesidad de ir incorporando personajes que a lo largo de estos 32 años de carrera me han acompañado en el teatro y en el cine. Y lo convertimos en un diálogo conmigo misma donde, a veces, habla Laura, la persona, grita Laura, la actriz, y observan, se defienden y, a veces, hablan los personajes de mi vida. Un diálogo a través del cual intento reconciliarme con mi profesión y conmigo misma.

No podíamos imaginar hace tan sólo un año, que tendríamos que replantear toda nuestra forma de vida desde la raíz, en tan corto tiempo y de forma tan inesperada, tan involuntaria. Y aunque aún persistimos en las viejas formas de desarrollar toda nuestra vida, después de 6 meses de la explosión del COVID 19, somos parte de algunos de los cambios que va generando esta pandemia (el uso de la mascarilla, el lavado de manos constante, el distanciamiento social, saludarse con el codo, reconocerse a través de los ojos solamente, no abrazarse, no besarse) y que, según los expertos, han llegado para quedarse.

Así como la vida cotidiana va cambiando de a poco, el teatro lo hace también. Si bien aún apenas encontramos el tema del confinamiento y de la pandemia en los montajes, de forma general, sí se han instalado cambios en la manera de acceder y disfrutar de una pieza teatral. Las imitaciones del aforo, uso obligatorio de mascarilla, funciones en streaming a través de algunas plataformas que comienzan a usarse como herramientas que, si bien han solucionado en algo la ausencia del teatro, no llegan a transmitir la calidez y cercanía del teatro en vivo.

Durante el confinamiento en La Habana, mi amiga y colega boricua Marisé Álvarez, me invitó a un unipersonal suyo que estrenó a través de la plataforma zoom. Lo realizó con el apoyo en la producción de su compañía, Teatro Breve, quienes tienen contratada esta plataforma para transmitir por internet sus funciones teatrales. Este era un espectáculo que Marisé escribió y montó. El escenario: su habitación de Los Ángeles, desde donde contaba su vida en el último año, hasta la llegada de la pandemia. Aquella noche accedimos a su espacio teatral a través de una invitación que ella nos hizo y que llevaba un hermoso mensaje adjunto: “si usted piensa que el precio que paga es alto o no puede pagar su acceso, escríbanos a esta dirección”. Accedimos con un código y allí nos encontramos con un público muy variado que accedía, como nosotros, desde disímiles partes del mundo, sentados en la comodidad de cualquier rincón de sus casas, algunos de ellos acompañados de sus copas. He de decir que, tan solo ese comienzo, me atrapó. Me atrapó de inmediato la posibilidad de estar al mismo tiempo compartiendo un espacio virtual con personas de distintas partes de mundo, desde la comodidad de la sala de mi casa. Sentí que estaba frente a un acto de verdadera democracia teatral: todos teníamos acceso por igual, independientemente de la situación social y económica y geográfica en la que nos encontráramos. Todos podíamos opinar a través de nuestros comentarios en directo o dejarlos para cuando terminara la obra. 


Fue por esas razones que se me ocurrió la idea de hacer un montaje, en este caso un unipersonal, y aprovechar la ocasión de que debía viajar a España, donde ya estaba la desescalada del confinamiento por la Covid y podríamos realizar un evento cultural que llevamos ya 7 años celebrando en Trigueros, un pueblo andaluz, ubicado en la provincia de Huelva y que organizamos conjuntamente, mi esposo y yo con dos grande amigos artistas, anfitriones del Centro de Arte Harina de Otro Costal, un centro que lleva más de diez años abierto y que sus dueños han logrado con un trabajo arduo, que se consolide como uno de los Centros de Arte de referencia en toda España. Es en este maravilloso espacio donde un día hace ya 7 años, decidimos lanzarnos a la aventura de crear un evento donde lo cubano y lo andaluz se mezclan, comparten y se manifiestan a través del arte como lo que son, dos culturas hermanadas, influenciadas hacia un lado y hacia el otro. Es así como hemos tenido el privilegio de organizar y disfrutar de la unión de artistas como la cantante Rocío Márquez con Three Cuban Jazz o el cantautor gaditano Javier Ruibal con el cantautor cubano Kelvis Ochoa. Así que aprovecharía este espacio para estrenar mi unipersonal, pero esta vez con una emisión simultánea por zoom en directo, desde el escenario y también con el público presente.

Mientras lo preparaba todo, pensaba que tendría muchísimos cubanos queriendo entrar a través de zoom para ver la obra en vivo desde cualquier lugar del mundo. Pero me tropecé con una realidad que no calculé: Los cubanos no tenemos un buen acceso a internet desde la Isla y no nos vamos a gastar los pocos datos con los que contamos para ver durante una hora una obra de teatro. Tampoco es buena la conexión que, por lo general, es bastante lenta. Y por algunas otras razones que se me escapan, tampoco los cubanos que residen fuera de la Isla (la mayoría en Miami o los Estados Unidos) accedieron en la cantidad que yo esperaba. Desconozco si por la falta de publicidad o por desconocimiento de la plataforma o por la división que cada vez aumenta más entre los cubanos de la Isla y los que viven en Miami, desde donde muchos intentan dividir y socavar cada vez más el vínculo que nos debería unir. Invité a cien personas y entraron, aproximadamente cuarenta… Evidentemente, no soy buena en esto de la predicción de los números. Pero al menos fui feliz sabiendo que desde varios puntos del planeta, personas a quienes quiero y son importantes para mí, compartían conmigo, algunos por primera vez, el espacio mágico del teatro.


Durante el evento de Cuba Cultura comprobamos (no sin una buena dosis de valentía y con la determinación de hacer el ciclo por encima de los nefastos números que daban las autoridades y que marcaban un evidente aumento de los casos en toda la península ibérica y en Andalucía) que, tomando todas las medidas de distanciamiento e higiene, con un espacio ventilado y con aforo limitado, es posible continuar con los eventos, en momentos de baja influencia del Covid. Después de una semana de actividades, logramos concluir Cuba Cultura sin un sólo infectado por el virus, sin un sólo dato de contagio que saliera de los encuentros en el Centro de Arte.

La situación de los gremios de la cultura es cada día más crítica al cerrarse espacios para cultura y el entretenimiento. Es difícil subsistir del arte en cualquier circunstancia y esta situación de la pandemia lo ha agudizado aún más. Creo fuertemente que las crisis generan cambios, que me niego a catalogar de malos o buenos. Son cambios, procesos que nos llevan a otros estados y que nos sacan de la comodidad, de la repetición de las mismas fórmulas por períodos largos de tiempo.


La vida ya no será la misma, aprenderemos a vivir con la enfermedad y a defendernos de ella fortaleciendo nuestros organismos y lo mismo tendremos que hacer con el arte en sentido general. De la única forma posible que podremos sobrevivir a los cambios sociales y económicos que se avecinan, será creando y aceptando las nuevas formas de hacer que nos impone esta nueva realidad, y cada país, cada región, adoptará las formas que mejor encajen con las circunstancias y condiciones de cada lugar. Seguramente internet y las nuevas plataformas virtuales serán protagonistas de esta nueva era. Surgirán nuevos medios para hacer teatro y el teatro mismo, al adoptar estas nuevas maneras de comunicar, se transformará y adoptará otros estilos, otras formas de hacer, donde lo audiovisual estará presente de disímiles formas o donde, forzosamente, seremos parte de lo audiovisual, sin dejar de ser teatrales. Probablemente el diseño teatral encontrará otras formas de expresarse también.


Mientras vamos aceptando estos cambios e incorporándolos a nuestro día a día, seguiremos insistiendo en asistir a ese lugar mágico de las salas de teatro a disfrutar de los espectáculos con todas sus letras y condiciones: escenografía, diseño de vestuario, luces, sonido y toda la magia de los espectáculos en vivo, que hace que nos transportemos a otros tiempos y lugares, tan solo con nuestra imaginación y complicidad. Seguiremos insistiendo en crear y reinventar la supervivencia del teatro frente a cualquier crisis, cualquier pandemia, cualquier catástrofe, porque el teatro sana, acoge, reencuentra. ¡Porque hacer y vivir el teatro es un privilegio, el privilegio de vivir apasionados, motivados… esperanzados!

Laura de la Uz 

Comentarios